viernes, 31 de mayo de 2013


A sangre fría, de Truman Capote, por Eloy Maestre

 

A sangre fría, obra memorable del estadounidense Truman Capote, es la más extraordinaria novela del siglo XX de no ficción, según el término anglosajón universalmente aceptado, es decir basada estrictamente en hechos reales de principio a fin.

Cada vez que la releo me asalta una sensación ambivalente: horror por los crímenes contados con extremo detalle y maravilla por la fastuosidad del lenguaje y de la trama novelesca que Capote logra.

 

Ficción y no ficción

 

El término ficción se aplica a la novela o relatos inventados por el autor, y lo contrario parece que debe ser no ficción. Frente a ello yo propongo otro término: relato verídico, (que emplearé de aquí en adelante) sencillamente porque la partícula negativa antepuesta a cualquier palabra: no ciudad, no muertos, me resulta brutal y repulsiva en nuestro idioma, aparte de incomprensible significado. ¿Qué significa no muerto? Es un término absurdo sacado del cine, para mí o estás muerto o estás vivo, sin medias tintas.

Para evitar la partícula negativa no delante de todo contamos en español con el prefijo in: maduro e inmaduro; material e inmaterial; que pasa a ser im si la palabra comienza por pe como preciso e impreciso; paciente e impaciente, y se queda a veces en una sola i, como en legal e ilegal, lógico e ilógico.  

 

El autor

 

Truman Capote  (1924 – 1984) es autor de cuentos y novelas. Sus relatos  más conocidos fueron Desayuno con diamantes, llevado al cine en película famosa protagonizada por Audrey Herpburn, y A sangre fría, que se llevó al cine en 1967.

Capote se consideraba a sí mismo como homosexual, alcohólico, drogadicto y un genio. Se vio envuelto en procesos legales por conducta inapropiada y nos legó esta obra imperecedera de terrible hermosura que le encumbró para siempre a las más altas cotas de la literatura mundial.

 

La obra

 

Publicada originalmente por capítulos en la revista literaria estadounidense New Yorker, A sangre fría apareció como novela en su idioma original en el año 1965. Yo poseo una excelente traducción de Fernando Rodríguez de la Editorial Bruguera, 1ª Edición, enero de 1979.

 

A sangre fría cuenta la historia del cruel asesinato de cuatro miembros de una familia: padre, madre, hijo e hija, a manos de dos despiadados asesinos a la búsqueda de unas riquezas inexistentes en el domicilio de los asesinados.

El sistema judicial estadounidense, donde pervive la injusta condena a muerte, permitió conocer esta historia en su integridad, desde el asesinato alevoso de la familia hasta el asesinato legal de los asesinos por ahorcamiento.

Entrevistando a los conocidos, vecinos, familiares y amigos de los asesinados, y con los testimonios de los propios asesinos, Capote traza un panorama verídico y completo de las vidas segadas y su entorno, y de los asesinos y sus circunstancias vitales.

En la senda del mejor periodismo de investigación, el autor no deja una persona sin historia ni un detalle sin contar. Ello incluye los pormenores de la prolija investigación realizada por un equipo de policías para descubrir a los culpables de tan horrenda matanza.

 

Estilo

Capote habla por boca de los actores del drama, los principales y los secundarios. Tras el asesinato de las víctimas inocentes y la descripción del impacto que eso produjo en la pequeña población, pasa a describir el peregrinaje de los asesinos y la caza que la policía declara contra ellos.

 

Los asesinos caminaban a pie, cuando deciden hacer auto-stop. Un coche se detiene y les lleva, conducido por un tal señor Bell: “totalmente ignorante de las intenciones de sus invitados (que incluían estrangularlo con un cinturón y abandonarlo, tras robarle coche y dinero, en la inmensa fosa de la pradera), se alegraba de tener compañía, alguien con quien hablar y que le mantuviera despierto hasta llegar a Omaha.”

(Pag. 229)

 

La policía interroga a Perry

-  “Presta mucha atención, Perry, porque el señor Duntz va a decirte dónde estabas la noche de aquel sábado. Dónde estabas y qué hacías.

Asesinabas a la familia Clutter, dijo Duntz.

Smith tragó saliva. Empezó a frotarse las rodillas.

- Estabas allá en Holcomb, en Kansas. En casa del señor Herbert W. Clutter. Y antes de salir de aquella casa mataste a todas las personas que había en ella.

- Nunca. Yo nunca.

- ¿Nunca qué?

- Conocí a nadie que se llamara Clutter.

Dewey le llamó embustero y sacándose de la manga una carta que en una consulta previa los cuatro detectives habían acordado jugar como último recurso le dijo:

- Hay un testigo con vida. Perry. Alguien a quien pasasteis por alto.

Transcurrió un minuto entero y Dewey disfrutó con el silencio de Smith, porque un inocente hubiera preguntado quién era aquel testigo y quiénes eran esos Clutter y por qué creía que él les había dado muerte…Hubiera dicho, en fin, algo. Pero Smith seguía callado, frotándose las rodillas.”

(Pags. 296 y 297)

 

Con los dos en la cárcel

 

Perry y Dick, los asesinos, esperan para ser juzgados en sendas celdas del Palacio de Justicia. Desde una de ellas Perry contempla: “dos escuálidos gatos grises que aparecían siempre al anochecer y rondaban la plaza, parándose a inspeccionar los coches aparcados en su periferia, conducta que lo tuvo intrigado hasta que la señora Meier le explicó que los gatos buscaban los pájaros muertos que habían quedado en la rejilla de los radiadores de los coches. A partir de entonces le resultó doloroso contemplar sus maniobras, concluyendo: Porque he pasado la vida haciendo lo que ellos hacen. El equivalente.”

(Pag. 345)

 

Final

 

Muchos grandes relatos se reconocen por su primera frase, pero yo en este caso prefiero la última. En ella Capote lanza un claro mensaje de esperanza después de los horrores relatados, con las muertes y el dolor desgarrador de personas, tanto inocentes como culpables. Una amiga de Nancy, asesinada junto con sus padres y hermano, está en el cementerio donde encuentra a uno de los policías que capturaron a los asesinos. Ambos se despiden y el policía dice:

 

-“Yo me he alegrado también, Sue. ¡Buena suerte!- le gritó mientras ella desaparecía sendero abajo, una graciosa jovencita apurada, con el pelo suelo, flotando, brillante.

Nancy hubiera podido ser una jovencita igual.

 Se fue hacia los árboles, de vuelta a casa, dejando tras de sí el ancho cielo, el susurro de las voces del viento en el trigo encorvado”.

(pag. 444)

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