jueves, 27 de junio de 2013

Atrapados en el hielo


Atrapados en el hielo, de Caroline Alexander, por Eloy Maestre


Atrapados en el hielo es el relato verídico de la expedición que el explorador británico Ernest Shackleton dirigió desde 1914, días antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, hasta 1917, para llegar por barco y luego por tierra hasta el Polo Sur atravesando la Antártida sin lograr su objetivo. Su gloria estuvo en la retirada que culminó con éxito y todos sus hombres sanos y salvos.
 
La autora
 
Caroline Alexander es una periodista que colabora habitualmente en prestigiosas publicaciones como National Geographic, The New Yorker, Granta, Condé Nast Traveler, Smithsonian y Outside.
 
 
Atrapados en el hielo
 
El relato se basa en los diarios que varios miembros de la tripulación llevaron durante la expedición, comenzando por los del propio Shackleton, y de Worsley, el capitán del navío Endurance que les acercó a su objetivo en la Antártica, quedando finalmente atrapado en el hielo como dice el título y destruido por completo.
El libro se ilustra con magníficas fotografías en blanco y negro tomadas por Frank Hurley.
Editorial Planeta, primera edición, noviembre de 1999.
 
 
Emoción creciente
 
Como todos los grandes relatos, este va ganando en emoción conforme avanza: Comienza con el Endurance luchando por acercarles a su objetivo, y finalmente atrapado en el hielo y destruido, sigue con todos los miembros de la expedición embutidos en tres pequeños barcos auxiliares que lograron arribar a la isla Elefante, donde estaban a salvo y con comida para mantenerse pero no podían recibir ayuda del exterior al no contar con ningún medio de comunicación y por tanto condenados a largo plazo a perecer de frío.
 La siguiente etapa lleva a seis de ellos: el propio Shackleton, Worsley el capitán, los marineros Crean, Vincent y Mc Carthy, y el carpintero Mc Nish, en el ballenero James Caird, de seis metros de eslora hasta la isla San Pedro, situada a 1.300 kilómetros, donde se encontraba una base ballenera de Noruega y barcos y tripulaciones que podrían ayudarles para regresar y socorrer al resto de la expedición.
La pequeña expedición logra llegar a la isla San Pedro tras grandes penalidades en diecisiete días, pero en lugar diferente a donde se encontraba la base noruega. Allí deciden que no pueden llegar navegando en el barco hasta la base ballenera y tres de los seis expedicionarios: Shackleton, Crean y Worsley, los más duros, resistentes y fuertes, emprenden el camino a pie por una isla desconocida cuyo interior no constaba en los mapas, hasta la base ballenera de Stromness, que se encontraba a 35 kilómetros en línea recta, aunque no existía ningún camino recto en aquella isla. Allí llegaron tras 36 horas caminando sin interrupción, completamente agotados y triunfantes. En esta última etapa, el relato logra una sobrecogedora emoción por los peligros a que se enfrentan de continuo y su manera de resolverlos.
Desde allí con ayuda de los noruegos fletaron un barco que recogió primero a los tres tripulantes de la propia Isla San Pedro y después al resto de la expedición situada en isla Elefante, que totalizaban 21 personas más, todos vivos.
 
 
Estilo
 
El estilo de Caroline Alexander es llano y directo, de experimentada periodista, intercalando citas sacadas de los diarios.
 
El viaje en barco de la isla Elefante a la isla San Pedro cuenta con varios episodios dramáticos, y uno de ellos dice así:
 
Ante una ola monstruosa que amenazaba sepultar su barco, el James Caird, Shackleton grita: “¡Por Dios, agarraos, se nos viene encima! Tambaleándose bajo la inundación, el barco consiguió alzarse a medias del agua, hundiéndose bajo el peso muerto y estremecido por el golpe”, según palabras del mismo.
(pag. 159)
 
 
“Sin duda se daban cuenta de que acababan de hacer un viaje fantástico… De momento no sabían -ni les habría importado- que el viaje del James Caird fuera, en opinión de futuras generaciones, uno de los más magníficos llevados a cabo.”
(pag. 163)
 
De su última etapa a pie, a través de isla San Pedro, dice:
 
 “Cuando un hombre está tan cansado como nosotros… - anotó Worsley-, tiene los nervios de punta y cada uno ha de esforzarse por no irritar a los otros. En esta marcha nos tratábamos con mucha más consideración de la que hubiéramos tenido en circunstancias normales. Los viajeros experimentados nunca se apegan tanto a la etiqueta y a los buenos modales como cuando están en un aprieto.”
(Pags. 171 y 172)
 
 
 “Una hora después, desde la cima de la última montaña miraron hacia abajo, hacia bahía Stromness. Vieron un buque ballenero y luego un velero; vislumbraban diminutas figuras moviéndose en torno a las cabañas de la estación. Por última vez en ese viaje, se estrecharon las manos.”
(Pag. 173)
 
 
Refiriéndose a la expedición en su conjunto y a su jefe Worsley escribió
 
“La mística que Shackelton adquirió como líder puede atribuirse en parte a que hacía aflorar en sus hombres una fuerza y una resistencia que nunca se imaginaron que poseían, los ennoblecía.”
(pag. 203):
 
 
Anábasis de Jenofonte   
 
Muchos siglos atrás, concretamente en el V a. C., se escribió una historia semejante de retirada victoriosa de la mano de un griego llamado Jenofonte que participó en una expedición como soldado acabando como jefe, y luego la escribió para dejar como hazaña imperecedera la Expedición y retirada de los Diez Mil o Anábasis.
Jenofonte partió hacia Persia con otros diez mil mercenarios griegos a sueldo de Ciro, un estadista persa que contaba con ellos para desbancar del poder a su hermano, Artajerjes II. Muerto Ciro en la batalla, victoriosa para su bando, los diez mil griegos se vieron desamparados a muchos miles de kilómetros de su patria sin un Rey a quien servir y rodeados de enemigos por todas partes.
Jenofonte, que al inicio de la expedición no ostentaba cargo alguno en el ejército griego, les convenció de que podrían volver a su patria si se mantenían unidos después de que sus generales perecieran en una emboscada. Los soldados respondieron a su discurso eligiéndole como jefe en asamblea. Así comenzó la epopeya de una retirada a lo largo de más de seis mil kilómetros andando y guerreando sin cesar, hasta conseguir que la mayor parte de los expedicionarios regresase a Grecia al cabo de seis meses.
 
 
Final
 
Los héroes no siempre son los vencedores, también a veces los derrotados lo son. Ya lo  dijo Walt Whitman mejor que yo:
 
“Mis marchas no suenan solo para los victoriosos
Sino para los derrotados y los muertos también.
Todos dicen: es glorioso ganar una batalla.
Pues yo digo que es tan glorioso perderla.
¡Hurra por los generales que perdieron el combate y por todos los héroes vencidos!
Los infinitos héroes desconocidos valen tanto como los héroes más grandes de la historia.”


1 comentario:

  1. Los que somos seguidores del Estudiantes y del Atleti, comprendemos plenamente los versos de Walt Whitman.
    A los seguidores del POTENTE VECINO, no les gusta el baloncesto ni el fútbol, les gusta sólo la victoria.
    Cerdán

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