miércoles, 19 de febrero de 2014

ALFANHUÍ- R.S. FERLOSIO


Industrias y andanzas de Alfanhuí, de Rafael Sánchez Ferlosio
Por Eloy Maestre


El autor

Rafael Sánchez Ferlosio (Roma 1927) es uno de los escritores españoles más relevantes de los años 50 del pasado siglo. Publicó su primera novela: Industrias y andanzas de Alfanhuí en 1951. Se trata de una novela corta (162 pag.), de maravillosa ficción, con un niño como protagonista que quiere ser disecador y de la que vamos a tratar ahora.
La primera edición de Alfanhuí data de 1951. En la que yo poseo de 1982 de la Biblioteca Básica Salvat aparece como curiosidad en portada y lomo el nombre del autor confundido: Federico S. Ferlosio, aunque en el interior se incluye el auténtico: Rafael Sánchez Ferlosio.


Su obra

De obra muy extensa, destaca especialmente en ella su segunda obra titulada El Jarama, con la que obtuvo numerosos premios literarios y por la que es conocido su autor. Al contrario de Alfanhuí, esta obra es realista y fue la preferida de público y crítica.
Alfanhuí es otra cosa, una obra mágica con la única pretensión de maravillar al lector.


Industrias y andanzas de Alfanhuí

Alfanhuí es el nombre del niño protagonista, otorgado por el maestro disecador a quien acudió para aprender su arte: “porque tú tienes ojos amarillos como los alcaravanes (ave zancuda de plumaje pardo rayado de blanco) y esa es la manera en que se gritan unos a otros”. Desde la primera línea hasta la última, el autor nos lleva de prodigio en prodigio por los campos de Castilla y la ciudad de Madrid donde se desenvuelve la obra de la mano del niño.


El estilo

En la novela, Ferlosio define la ficción en dos palabras: Esta historia castellana y llena de mentiras verdaderas.

De un mendigo dice: En lugar de pelo, le nacía una espesa nata de musgo y tenía en la coronilla un nido de alondra con dos pollos. Su madre revoloteaba en torno de su cabeza. En la cara le nacía barba de hierba diminuta cuajada de margaritas, pequeñas como cabezas de alfiler. El dorso de sus manos también estaba florido.” (pag. 33).

¿Acaso puede una sombra ser contradictoria? Es uno de los enigmas que Ferlosio nos propone y deja sin resolver: “Alfanhuí bajó la vista a la fachada de enfrente y se topó con una ventana pintada… Esta nunca parecía de verdad, porque tenía sombras contradictorias.” (pag. 91). E insiste más adelante: “¡Ah, si aquella ventana hubiera parecido de verdad. Ah si aquella ventana no hubiera tenido sombras contradictorias!”

El padre de la patrona de la pensión de la pensión de Alfanhuí en Madrid: “Una tarde se durmió arando con los bueyes. Y como no volvía el arado, los bueyes siguieron y se salieron del campo. El hombre seguía andando, con sus manos en la mancera. Iban hacia poniente. Tampoco a la noche se detuvieron. Pasaron vados y montañas sin que el hombre despertara. Hicieron todo el camino del Tajo y llegaron a Portugal.” (pag. 99).

Animales sorprendentes: “Doña Tere ponía todas las noches pescadillas rabiosas. Pero las pescadillas rabiosas eran allí más rabiosas que en ninguna otra parte.” (pag. 100). Imagino que eran rabiosas porque se mordían su propia cola.

De los bomberos de Madrid: “Nunca sacaban a nadie por la puerta, aunque pudieran, siempre lo hacían por las ventanas y por los balcones, porque lo importante para vencer era la espectacularidad. Bombero hubo, que, en su celo, subía a la joven del primer piso, hasta el quinto, para salvarla desde allí.
En cada piso había siempre una joven. Todos los demás vecinos salían de la casa antes de llegar los bomberos. Pero las jóvenes tenían que quedarse para ser salvadas. Era la ofrenda sagrada que hacía el pueblo a sus héroes, porque no hay héroe sin dama”. (pag. 109).

La trashumancia en una sola frase: “Detrás de las ovejas venían los hombres a caballo y las mujeres en los machos y los calderos de cobre y los rediles y las alcuzas de asta y las alforjas y las mantas y las trébedes y las sartenes.” (pag. 121).

De un olmo prodigioso dice: “Delante de las termas había un parque con un olmo inmenso y redondo. Le contaron que aquel olmo retenía los vientos en su copa y los aprisionaba durante siete días y siete noches. Cuando pasaba, en el verano, algún viento fresco, el olmo lo capturaba y lo tenía una semana dando vueltas y vueltas en su copa sin que encontrase salida. Y las gentes del pueblo se sentaban debajo del olmo y estaban al alivio del fresco de aquel viento que murmuraba continuamente y mecía las hojas, como si fuese primavera.” (pag. 125).

La abuela de Alfanhuí incubaba pollos en su regazo: “Le solía venir una fiebre que duraba veintiún días. Se sentaba en la mecedora y cubría los huevos con sus manos. De vez en cuando les daba la vuelta y no se movía de la mecedora, ni el día ni la noche, hasta que los empollaba y salían.” (pag. 130).


Mi impresión

La obra mantiene un estilo de frase muy corta, al modo de Azorín, y reivindica los términos castellanos en desuso, como hiciera con abundancia y magistralmente el gran Delibes.
Un autor no precisa más que una obra sublime para pasar a la historia de la literatura. Ferlosio lo ha conseguido con dos novelas: una realista y otra de rabiosa ficción.
Como él lo hicieron antes con sólo dos obras el mexicano Juan Rulfo: su novela Pedro Páramo y el libro de cuentos El llano en llamas, ya reseñado por mí, y el estadounidense J.D. Salinger, autor de la novela El guardián en el centeno y del libro de cuentos Nueve historias.



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