jueves, 17 de abril de 2014

LA DUQUESA DE SAGÁN

   Ildefonso Arenas – LA DUQUESA DE SAGÁN…………. Por Kurt Schleicher 

Nuestro compañero Ildefonso acaba de publicar esta novela que acabo de leer.



    Estaba cantado; tras el viaje siguiendo los pasos de esta señora (ver “Nuestros viajes”) y la admiración demostrada también en su libro dedicado al general Álava, es obvio que iba a dedicarle un libro de corte biográfico, su segunda novela histórica. En cierta forma constituye una continuación de aquélla, pues la de Waterloo tiene lugar entre 1814 y 1815 y ésta entre 1836 y 1839, con bastantes personajes históricos comunes (el propio Álava, Wellington, Metternich, el Zar Alejandro, Talleyrand, etc.), sólo que unos cuantos años después y todos más talluditos (Napoleón ya estaba criando malvas).
    Si en la primera el “leit motiv” era la batalla de Waterloo más que el propio general, en ésta se centra más en los personajes, tanto en el de la duquesa Wilhelmine o Mina – con los cincuenta ya cumplidos-  como prototipo de una mujer avanzada a su tiempo o como el de una jovencita –Libusche- auténtica protagonista de la novela, a través de la cual penetramos en la personalidad de la duquesa, como protegida de ésta.
      Esta muchacha, nacida campesina checa (se supone que es un personaje ficticio) y dotada de talento natural, se va ganando el afecto de la duquesa en su labor de “dama de compañía y secretaria”; en cierta forma va formando su personalidad a la vez que se van creando entre ambos personajes unos lazos afectivos muy marcados. Este hecho es en mi opinión el corazón de la novela, pues las notables características de la duquesa -tan admiradas por Ildefonso- se van trasladando hacia la personalidad de la joven como digna potencial sucesora, aunque los hitos históricos alcanzados por la primera y su influencia en los mandamases de aquélla época gracias a su inteligencia, belleza y –no hay que olvidarlo- su inmensa riqueza (así como la falta de los clásicos escrúpulos e inhibiciones femeninos de entonces), hacían de ella un personaje histórico irrepetible. Hoy se la considera la “causante” de la liga austro-prusiano-rusa contra Napoleón, pues se han conservado abundantes cartas que lo demuestran, extendiendo su influencia incluso a los territorios en los que los jefes de estado se encuentran más desamparados: los dormitorios.
   Es como el cuento de la Cenicienta, pero con un ritmo más lento. Libusche llevaba consigo solamente un talento desde su niñez: el ajedrez, que aprendió de su madre. Con este arma y con “el ejemplo” de la duquesa, va arrasando en el entorno masculino (machista en ocasiones) de la época. Este hecho hará que el libro sea especialmente apreciado por parte de las damas, que verán a las dos protagonistas como dos heroínas de épocas pasadas y a la duquesa como un prototipo del ideal femenino para señoras ya menos jóvenes y, sin embargo, aún capaz de cautivar con su sola presencia.



   Wilhelmina de Sagán era, aparte de muy culta e inteligente, extremadamente rica y con una influencia en Europa similar a la de hoy en día de un Bill Gates a nivel mundial. La novela se mueve en un entorno tan fastuoso tal que no existiese otro y hace que el lector también se mueva dentro del mismo, provocando, o bien satisfacción o, por el contrario, envidia. No deja de ser “el mundo de la nobleza y del poder” con todos sus matices, lejano a la mayoría de los mortales; los numerosos viajes de la duquesa (ampliamente descritos en la novela) sólo eran posibles mediante una auténtica caravana de carrozas y séquito, incluyendo guardias ulanos que constituían la “protección” de la duquesa y de los suyos.
    En el plano de la crítica, lo primero es volver a constatar el alto nivel del estilo literario de Ildefonso; nos va llevando con soltura en el devenir de la obra como si estuviésemos realmente allí compartiendo nuestros momentos cotidianos con todos esos personajes históricos, bajándolos de su pedestal de los libros de historia. Se nota que el autor ha investigado a fondo, tanto que se pasa un poco de rosca y hace que la retahila de personajes y sus ancestros sean tan innumerables, que no hay quien siga el “who is who” y hay que hacer auténticos esfuerzos para identificar al personaje en cuestión; ya no sabe uno a veces quién se ha casado con quién o incluso reconocerlo en la cama de no-se-sabe-tampoco-ya-quién. Es evidente que los caballeros somos menos cotillas (en teoría, al menos y, en cierta forma, se describen “hechos de revistas del corazón” de personajes históricos de la época); nos cuesta seguir las diversas vicisitudes en las innumerables recepciones, cenas y eventos en los que, aparte de hacer política, también se despellejan los unos a los otros, en particular las incontables damas que se mencionan en la obra. Esto se hace un poco tedioso a veces (no para las señoras, claro). Sin embargo, tengo que destacar que ocasionalmente aparecen peroratas insignes y preclaras, como la explicación que da el general Álava de la triste situación en la España de aquella época con ocasión de una cena de alto nivel, por poner un ejemplo concreto que me ha llamado la atención. A destacar también el ambiente en el que nos sumerge al ser coronada la reina Victoria I de Inglaterra en 1838.
   Creo que doña Guillermina de Sagán (su nombre en versión española) debería de salir de su tumba para darle (como poco) un sonoro beso a Ildefonso, viendo el cariño y admiración con el que la trata en la obra; su estilo, sagacidad, belleza picante, cultura, mano izquierda, elegancia, influencia en los hombres y su personalidad incisiva y desinhibida tan poco usual para la época, hacen de ella un personaje singularmente atractivo. Me pregunto si el personaje de la duquesa (y el de Libusche con sus habilidades con el ajedrez) ha sido matizado por la personalidad de Ildefonso o si, por el contrario, es la duquesa la que ha llegado a influir en la del autor…¡quién sabe!

  KS, Abril 2014

1 comentario:

  1. Yo también la he leído y me ha encantado. Sus dos formidables personajes femeninos nos llevan de la mano a aquella época convulsa con tantas guerras y animada a la vez para la alta sociedad por fiestas sin fin. El magnífico estilo de Alfonso reluce una vez más, como ya hiciera en Álava y que volveremos a apreciar, de seguro, en otras novelas suyas, que una de ellas ya tiene casi dispuesta sobre los almogávares. Nada más que felicitar al autor y a Kurt por insertar su amable crítica.
    Eloy Maestre

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