Álava en Waterloo, de Ildefonso Arenas, por Kurt Schleicher

Dado que acabo de terminar de leerlo, creo que lo suyo es que forme parte de “Mis libros” en el blog del Ramiro. Como creo que ya todos sabéis, el autor es nuestro compañero Ildefonso, al que ya he felicitado y ahora, tras terminarlo, lo vuelvo a hacer.


    Me he llevado varias sorpresas; la primera es la originalidad. Si alguien se espera que esto sea una novela histórica o una biografía de este personaje “al uso”, es decir, sus experiencias infantiles, luego juveniles, sus hechos, sus testimonios, sus logros, etc.,… pues que se vaya dando con un canto en los dientes. No es nada de eso. Este libro es como un submarino: ¡nos sumerge en el ambiente de la época del año 1815 como si fuese hoy!  Ildefonso no sólo se introduce en esos momentos como un viajero del tiempo, sino que nos proporciona una visión crítica, a veces acerba y cínica, de los personajes históricos, acompañada de un fino humor con los cotilleos de la época que darían trabajo a varios programas de televisión de este estilo, si hubiese habido TV entonces. Ya sólo por esta razón les gustará a las señoras, por supuesto.

    Sin embargo, lo que más me llama la atención es la forma en que nos conduce por los vericuetos de las estrategias de los responsables de los “países europeos” de entonces, tratando de encontrar acuerdos nunca fáciles entre ellos (todos quieren nadar y guardar la ropa, igual que hoy en día) y de las circunstancias, a veces hasta íntimas, que derivan en los hechos fríos que conocemos por los libros de historia. Ésta se entiende así mucho mejor.

  La narración de los hechos de aquella época tras todos estos escarceos de acuerdos (soliviantados bruscamente por un Napoleón escapándose fácilmente de la isla de Elba, consiguiendo que le siguiese el ejército francés en una Francia inconformista) y que derivaron finalmente en la batalla de Waterloo, están tratados de una forma cuanto menos sorprendente.  No me explico todavía cómo ha sido posible que Ildefonso se documente de una manera tan precisa de los hechos y no sólo eso, sino que los diseccione de forma que todos y cada uno se caigan por su propio peso, por pura lógica. Un ejemplo: te das cuenta que la famosa batalla, muy equilibrada en sus comienzos, se inclinó finalmente a favor de los aliados, Prusia e Inglaterra en especial, por dificultades en la cadena de mando francesa, cortocircuitada por un Napoleón en baja forma física en el momento o momentos más críticos de la batalla, a causa de algo muy pequeño: una incómoda piedrecita en el uréter.

  Los protagonistas de la obra (no es realmente el propio Álava, que por circunstancias estaba al lado de su amigo Wellington inmerso en los devenires principales de la batalla y “prime” testigo, pues, de la misma) son los estadistas y responsables militares de cada país –Francia, Prusia, Rusia, Austria e Inglaterra- descritos en la obra de forma magistral, hasta tal punto que se convierten en unos conocidos del lector, que tiene la sensación de ser “confidente” de cada uno de ellos.

  Sorprendente también la forma en que se nos introduce en el ambiente social de la época, con sus cenas, visitas sociales a las “casas” de las mujeres más notables de aquél entonces y que tuvieron una trascendencia mucho mayor de lo que nos podríamos suponer. Muy posiblemente Ildefonso haya introducido licencias novelísticas en la historia, pero la verdad es que no se notan, por sorprendentes que algunos hechos nos puedan parecer. ¡Hasta nos cuenta quién estaba sentado a un lado u otro de una mesa, algo muy cuidado, dando cuenta de todos los comensales, a modo de crónica social! Parece que él mismo hubiera estado allí.

   El ritmo de la novela es variable, dedicando mucho tiempo inicialmente a familiarizarnos con los personajes y su entorno y de qué manera van afectando los avances de Napoleón y las consecuencias de los mismos en y por causa de los acuerdos y tratados de los “aliados”.  Realmente, los primeros cañonazos no se oyen hasta casi la mitad del libro, momento en que el “tempo” cambia. La evolución de la batalla se va conociendo en plazos muy cortos, hasta de menos de una hora, en lugares distintos. ¡Lo que hubiesen dado los jefes militares por conocer toda esa información en su momento! Es como si Ildefonso “sobrevolara” a modo de avión espía todos los aconteceres y además nos cuente en vivo y en directo por qué se habían tomado cada una de las decisiones cruciales en la batalla. Nos mete en el fragor de la misma y hasta se huele la sangre según vas leyendo.

   Finalmente, cuando ya el núcleo del ejército francés está en desbandada, no se acaba la tensión, pues cada una de las partes contendientes quiere ser el primero en llegar a París y llevarse la mayor carnaza, a la vez que no todos los franceses se rinden y los intereses de cada parte se contrapone  a las demás. Ahí entra en juego la diplomacia, en la que obviamente Álava no se queda fuera y juega con su segundo de a bordo medio-español una baza relevante.

   Por las trazas de la lectura, Ildefonso hubiese sido un buen diplomático, pues los razonamientos y la lógica de las decisiones y los comentarios adjuntos parecen de un profesional (nuestro compañero Arturo seguro que podría hacer comentarios…)

  Destacar de nuevo el papel de las protagonistas, mucho mayor que la que la historia les ha conferido. A lo largo de la lectura, no tenemos más remedio que enamorarnos de más de una, aunque se nota que el autor es ferviente admirador de unas cuantas de ellas, mientras que a otras las pone en la picota. ¡Cuánto nos podrían contar las famosillas que han compartido techo y algo más con los personajes históricos! Ya no hace falta: Ildefonso nos lo cuenta con “pelos” y señales. Incluso al final de la obra hay una sorpresa de magnitud inusitada, pero que obviamente no voy a revelar…

   Algo de crítica tengo que hacer, ya que si no se me va a acusar de “partidista”.   Se me ha ocurrido comparar el libro con una caja de mazapanes de Toledo. ¿Por qué? Pues porque los mazapanes de Toledo son exquisitos, pero si te los vas comiendo uno tras otro, llega un momento que el estómago ya no puede más y tienes que parar; ¡ya los mazapanes no gustan tanto como antes!  El libro es un compendio de buen escribir y de una erudición exquisita, pero hasta estas exquisiteces pueden llevarnos a sentirnos ahítos y con los mazapanes  a punto de salirnos por la garganta. Ildefonso debe suponer que todos tenemos un estómago de buen lector, pero es posible que a alguno la digestión le sea un poco más pesada. No hay problema: beber un buen vino de vez en cuando y leer el libro reposadamente ayuda; si alguien pretende leérselo de una tacada, es muy probable que se encuentre en dificultades.

  En resumen: un libro excepcional, poco corriente.  Me ha gustado mucho y lo he disfrutado, aunque  a mitad de camino he tenido que beber un par de vasos de vino para reponer fuerzas…  (y en especial tras soportar su peso con las muñecas, especialmente en la cama…)

2 comentarios:

  1. Yo, antes de empezar a leerlo y en vista de que tengo tres empezados que he de terminar me voy a preparar en el gimnasio para no tener los dolores de muñecas de Kurt. Soy empedernido lector de cama y como se me caiga encima el tomo me tendrán que dar puntos en una ceja...
    Abrazos a todos y enhorabuena a Alfonso!!

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    1. Muchas gracias a los dos, Kurt y Vicente. Ojalá haya muchos a los que guste tanto como a Kurt.

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